Monday, October 01, 2007


Desde mi trinchera liberal: Se rompe el ladrillo.




Cuando hace ya algún tiempo tuve información de primera mano de que una inmobiliaria de tamaño medio, con notable presencia en el mercado aragonés, iba a liquidar sus activos a una gran inmobiliaria nacional, tuve la certeza de que la crisis del ladrillo iba a ser mucho más profunda que el cacareado aterrizaje suave pregonado desde el gobierno.




Recientemente hemos conocido que la inmobiliaria, promotora y constructora valenciana Llanera ha presentado suspensión de pagos. Un drama al que podemos poner rostro en sus cientos de trabajadores que engrosarán las filas del INEM. Aquí la sonrisa boba de Zapatero se convierte en ofensa, y su país de las maravillas en un paisaje mucho menos idílico. Empieza a ser la hora en que Rato vuelva a hacer acto de presencia y supere a un Solbes caducado, en permanente contradicción, y alfombrando el ilusionismo de Zapatero.


La muerte de Llanera era una crónica anunciada. El esquema deuda excesiva, dinero más caro y difícil, y menor valor de los activos como consecuencia de la caída en la actividad, es repetitivo y demolador en su quebranto. En esta espiral de locura inmobiliaria, de persistente irracionalidad en la burbuja, Llanera ha pasado en pocos meses de plantearse su salida a bolsa, o de subvencionar mediante campañas de publicidad costosísimas a equipos de fútbol ingleses, a echar la persiana. Demasiada dinamita para tan poca mecha.


En definitiva, la puntilla a Llanera ha sido la imposibilidad de reestructurar su deuda por la negativa de las instituciones crediticias. Una crisis de confianza, similar a la que se está dando a nivel interbancario. Nadie apalanca a nadie.


En este contexto de desconfianza generalizada, con repuntes en la morosidad, profit warnings de bancos a diario, y electoralismo de chequera, la reunión del jueves del Banco Central Europea va a resultar crucial. Los expertos vaticinan que los tipos de interés no se van a tocar, pero Trichet tiene ante sí un dilema de primera magnitud. Si, siguiendo el consejo de los bancos y cajas, baja los tipos de interés, se producirá el nada deseable efecto colateral de las tensiones inflacionistas. Además, sería la confirmación tácita de que el enfermo está bastante más grave que el diagnóstico incial, y acentuaría, con toda probabilidad, la desconfianza en los mercados, creando nuevos problemas de liquidez. Sería como reconocer que se necesita un tratamiento de choque extraordinariamente urgente y agresivo. Un electroshock económico. En cambio, si opta por subir los tipos de interés, las consecuencias a corto plazo pueden ser muy duras, especialmente para una economía tan endeudada, ya a nivel de empresa o de particular, como la española. Es un dilema maldito.


En esta situación, es lógico pensar que Trichet no moverá ficha en un sentido o en otro. Dejará el castillo de naipes herméticamente cerrado. De momento, que aguante.














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