Wednesday, November 15, 2006
Una de las falacias más extendidas es actualmente lo que a veces oimos decir que se puede crear vida en los laboratorios. Creer que nosotros somos capaces de CREAR la vida, es una tergiversación que de alguna manera nos endiosa, nos hace ocupar un lugar que no nos corresponde como hombres, y nos otorga en cierto sentido el señorío sobre la vida y la muerte de otras personas. El argumento es tan simple como falso: si somos capaces de crear la vida en un laboratorio, Dios no es necesario, y la vida, lo mismo que tenemos potestad de crearla, tenemos también el derecho de ponerle fin cuando lo creamos necesario. Este argumento sibilino abre la puerta a la manipulación de embriones, al aborto, a la eutanasia, etc. Cuando el hombre juega a ser dios, siempre acaba cometiendo aberraciones, que especialmente se ceban en los más débiles. Por eso hay que decirlo muy claro: el hombre no es capaz de crear la vida. El hombre lo único que puede hacer en un laboratorio es poner en contacto los elementos que constituyen la vida y verificar que el milagro de la vida efectivamente se produce.Pero nada sabemos en realidad por qué ocurre, ni cuál es su origen. Salvando las distancias, sería como poner en una mesa tal cual un tomate, una cebolla, alguna aceituna, lechuga, algo de sal, aceite y vinagre, luego cerrar los ojos y al volverlos a abrir constatar pasmados que de una forma misteriosa esos ingredientes se han agrupado dando lugar a una maravillosa ensalada mediterránea. Milagro, diremos. Pues infinitamente más compleja y milagrosa es la vida, cada vida. Y absolutamente sagrada e inviolable.
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