Desde mi trinchera liberal: ¿El alma está en el cerebro? Eduardo Punset
El artículo publicado ayer en Aragón Liberal por Federico R de Rivera http://www.aragonliberal.com/20070509-reflexiones-liberales-cuando-la-persona-es-solo-persona-porque-las-leyes-consensuadas-le-otorgan-ese-derecho-esta-vidiendo-de-prestado.html
Suscító un interesante debate sobre el materialismo reduccionista que me gustaría continuar.
Un ejemplo perfecto de materialismo reduccionista es preciasamente el título del abogado y divulgador científico Eduardo Punset: "El alma está en el cerebro". Los signos de interrogación son añadido mío. La tesis central de la filosofía reduccionista es que todo lo que existe en la realidad puede ser explicado en términos físicos. En la tan en boga filosofía de la mente, que es dónde se enmarca el libro de Punset, el equivalente sería que los estados mentales pueden reducirse a estados físicos. Las personas seríamos básicamente configuraciones físico-químicas o neuronales del cerebro. Ahí radicarían nuestra voluntad, nuestras creencias, nuestros pensamientos, nuestra felicidad o nuestra desdicha. Somos poco más que un cerebro con mocasines.
Los estados mentales (conciencia, alma) están pues supeditados a los estados físicos (el cerebro, lo material). Más aún. El materialismo reduccionista cae de lleno en el monismo, en contraposición con el dualismo: la única substancia existente es la materia.
Otro famoso reduccionista es Roger Penrose, muy en la línea de Punset. Para Penrose, "el reto de la física es explicar cómo funciona la conciencia. Creo que de alguna manera nuestros cerebros están preparados para extraer algo del mundo físico y revelarlo como conciencia". La idea de Penrose plantea problemas morales de imposible solución. ¿Qué es lo que decide el valor moral o no de un acto, si todo se reduce a una interactuación de mi cerebro, del cerebro de cada cual con el mundo físico? Cuando Penrose trata de explicar esto, cae en la contradicción. O niega su teoría o niega la posibilidad de valorar moralmente un acto.
Las teorías reduccionistas llevan aparejadas muchas implicaciones. Me quedo con una. En el fondo, estas teorías niegan la libertad humana, la capacidad que tenemos entre elegir entre el mal y el bien. La voluntad humana desaparece en esta teoría, y es substituida por el determinismo. Si usted piensa en que quiere a su mujer, o a su marido, y que esta dispuesto/a a seguir queriéndoles mañana y para siempre, en realidad no es su libre voluntad la que entra en juego, sino misteriosas y complejas reacciones neurológicas. Arrebatan a la persona uno de sus dones más sagrados: la libertad. En las teorías reduccionistas las cárceles y los altares deberían estar vacíos: pues ni un en caso ni en otro pudieron elegir su forma de comportarse. La voluntad humana sería simplemente un estado material, dominado por leyes que aún desconocemos, pero inexorables y determinantes.
Como dice Sir John Eccles, Premio Nobel de Medicina, "El materialismo, si se lleva a sus consecuencias, niega las experiencias más importantes de la vida humana: «nuestro mundo» personal seria imposible. La ciencia y la fe son aliadas, no enemigas. Y la fe cristiana proporciona ayudas muy valiosas para que se evite un materialismo que nada tiene que ver con la ciencia, y para que la ciencia pueda contribuir a la solución de los graves problemas que tiene planteados hoy día la humanidad."
Fernando Inigo.
Suscító un interesante debate sobre el materialismo reduccionista que me gustaría continuar.
Un ejemplo perfecto de materialismo reduccionista es preciasamente el título del abogado y divulgador científico Eduardo Punset: "El alma está en el cerebro". Los signos de interrogación son añadido mío. La tesis central de la filosofía reduccionista es que todo lo que existe en la realidad puede ser explicado en términos físicos. En la tan en boga filosofía de la mente, que es dónde se enmarca el libro de Punset, el equivalente sería que los estados mentales pueden reducirse a estados físicos. Las personas seríamos básicamente configuraciones físico-químicas o neuronales del cerebro. Ahí radicarían nuestra voluntad, nuestras creencias, nuestros pensamientos, nuestra felicidad o nuestra desdicha. Somos poco más que un cerebro con mocasines.
Los estados mentales (conciencia, alma) están pues supeditados a los estados físicos (el cerebro, lo material). Más aún. El materialismo reduccionista cae de lleno en el monismo, en contraposición con el dualismo: la única substancia existente es la materia.
Otro famoso reduccionista es Roger Penrose, muy en la línea de Punset. Para Penrose, "el reto de la física es explicar cómo funciona la conciencia. Creo que de alguna manera nuestros cerebros están preparados para extraer algo del mundo físico y revelarlo como conciencia". La idea de Penrose plantea problemas morales de imposible solución. ¿Qué es lo que decide el valor moral o no de un acto, si todo se reduce a una interactuación de mi cerebro, del cerebro de cada cual con el mundo físico? Cuando Penrose trata de explicar esto, cae en la contradicción. O niega su teoría o niega la posibilidad de valorar moralmente un acto.
Las teorías reduccionistas llevan aparejadas muchas implicaciones. Me quedo con una. En el fondo, estas teorías niegan la libertad humana, la capacidad que tenemos entre elegir entre el mal y el bien. La voluntad humana desaparece en esta teoría, y es substituida por el determinismo. Si usted piensa en que quiere a su mujer, o a su marido, y que esta dispuesto/a a seguir queriéndoles mañana y para siempre, en realidad no es su libre voluntad la que entra en juego, sino misteriosas y complejas reacciones neurológicas. Arrebatan a la persona uno de sus dones más sagrados: la libertad. En las teorías reduccionistas las cárceles y los altares deberían estar vacíos: pues ni un en caso ni en otro pudieron elegir su forma de comportarse. La voluntad humana sería simplemente un estado material, dominado por leyes que aún desconocemos, pero inexorables y determinantes.
Como dice Sir John Eccles, Premio Nobel de Medicina, "El materialismo, si se lleva a sus consecuencias, niega las experiencias más importantes de la vida humana: «nuestro mundo» personal seria imposible. La ciencia y la fe son aliadas, no enemigas. Y la fe cristiana proporciona ayudas muy valiosas para que se evite un materialismo que nada tiene que ver con la ciencia, y para que la ciencia pueda contribuir a la solución de los graves problemas que tiene planteados hoy día la humanidad."
Fernando Inigo.
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