Monday, January 22, 2007
Desde mi trinchera liberal El proyecto Gran Simio.
Pululan unos personajes empeñados en llamar a los monos antropoides no humanos,y que quieren emparentarnos con simios,orangutanes,chimpancés,bonobos y gibones. Como diría Sartre, se requiere un doble sol para iluminar el fondo de la estupidez humana.
Nuestro Ortega lo diría con una comprensión más edulcorada: "Existen múltiples formas de hacer el imbécil, elija usted la que desee". El responsable del desarrollo del proyecto Gran Simio en España es nuestro inefable Jesús Mosterín. No dudo de la idoneidad de Mosterín para estar al frente de este proyecto. Me parece que pocas personas dan un perfil tan indicado para captar la psicología de los monos. No me produce sorpresa. Lo que no acabo de tener muy claro es quién acabará psicoanalizando a quien, si los monos a Mosterín o Mosterín a sus parientes. En asuntos de familia a veces es mejor no entrar. Mosterín, además de ser articuentista de El País, es un prolífico escritor de endebles libros de pseudociencia, alguno de los cuales ya hemos glosado en este periódico. Su obra es tan extensa como poco leída, lo que demuestra un tesón digno de encomio. No le desaniman los fracasos. Yo lo llamaría obstinación. Me recuerda al epigrama de Leandro Fernández de Moratín: "En un cartelón leí / que tu obra baladí / la vende Navamorcuende... / No has de decir que la vende, / sino que la tiene allí.".
Así que Mosterín ha pasado de adornar con sus volúmenes las estanterías de los libreros a capitanear el proyecto Gran Simio, que es la forma más segura de enviarlo a pique. Don Torcuato Fernández de Miranda decía de sí mismo que era antipático y que tenía cara de vieja, que es una metáfora perfecta del Proyecto Gran Simio. En realidad, llevan siglos queriendo abajar la dignidad del hombre asimilándola al reino animal, o aupando a los animales a categoría humana. Llamar a los monos antropoides no humanos es una simbiosis de las dos. Quieren otorgar derechos humanos a estos antropoides no humanos mientras despojan de esos mismos derechos al embrión humano. Es algo que repele al sentido común, que por otra parte ya sabemos que es el menos común de los sentidos. El argumento más utilizado por los defensores de la chimpancinización del hombre, o viceversa, es la aparante similitud genética. Nos dicen que nuestra secuencia de ADN es idéntica en un 98,8% con la del chimpancé, y el orden en el que están colocados también coincide en un 96%. Olvidan, como dice el Papa Benedicto XVI, que el hombre no puede ser reducido a un mapa genético. Pero aún hay más: Esa diferencia, aunque parezca pequeña, significa que hay más de 35 millones de bases diferentes entre cada especie. Es decir, una información que ocuparía una biblioteca de millones de volúmenes. Por otra parte, lo importante no es la secuencia en sí, sino las peculiaridades de las estructuras genómicas. Si se considerase el material genético en su conjunto, y no sólo la secuencia de bases, la similitud genómica se reduciría hasta el 26%. Sólo un 29% de las proteinas de chimpancés y humanos son codificadas por genes idénticos en ambas especies. 50 genes que tiene el hombre no aparecen en los chimpancés. El número de cromosomas humano es 46, mientras que el de los chimpancés es 48. Nuestra secuencia genética es también muy similar a otras especies, como puede ser la mosca de la fruta, y algún que otro gusano microscópico, pero a nadie se le ocurre pensar que nos van a salir alas y nos vamos a quedar pegados en el cristal de la ventana, o que vamos a empezar a alimentarnos de tierra y raices. En el fondo, lo que subyace en este proyecto es esa secuencia de imágenes que todos hemos visto en diferentes ocasiones, y que muestra un mono evolucionando a estadios cada vez menos simiestos y más humanoides hasta que la imagen final es un hombre caminando. Una imagen que por muy repetida que está no deja de ser quimérica.
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